El lector, de Bernhard Schlink

Tenía ganas de leer El lector, pero necesitaba encontrar el momento preciso. Y debe de haber sido este, porque me ha enamorado. Ahora tengo muchas ganas de ver la película. La suavidad con la que la narrativa lleva al lector a lo largo de las páginas es ejemplar. Temas complejos. Sin análisis morales por parte del autor. Bueno, están ahí, bien capitaneados por los personajes. A veces me resultaba innecesario pensar en el entorno físico en el que se mueven los personajes, solo las palabras, la historia, eran suficiente.

La conducta del ser humano (¿tal vez la moral?), la trivialización del mal o, mejor dicho, la interpretación subjetiva del mal, la culpa personal y social son los temas que parecen querer llamar la atención del lector desde el primer momento: la relación que se va forjando entre Hanna y Michael, la relación del padre de Michael con su familia, el miedo a que se conozca lo que se quiere gritar una y otra vez, el papel del juez…, y, quizá, lo más duro de todo: la mirada que representa la realidad de una vida que ha avanzado al margen de Hanna.

Me ha resultado imposible aborrecer a Hanna. Sería fácil, muy fácil, haberlo hecho, pero no he podido. He sido capaz de comprender cada frase, cada conducta, cada gesto. La linealidad de la narración (recuerdos y evocaciones al margen) me ha ayudado a comprenderla; en realidad, a no entender su porqué y, de repente (con las primeras lecturas del adolescente a su amor y deseo carnal personificado en lo que para muchos sería inalcanzable), entender al personaje. No hablo de justificar al personaje, sino de comprender cada detalle de su forma de actuar. Por descontado, no hablo ni de justificar ni de comprender el horror del nazismo. Solo quiero decir lo que digo: comprender a Hanna sin ser capaz de odiar lo que hace.

Es, creo, un buen ejemplo para argumentar que lo que ocurrió hace años no puede ser analizado o juzgado con los ojos de hoy. Es, creo, un buen ejemplo para entender que la historia debe servir para aprender tanto de lo bueno como de lo malo: de lo primero para repetirlo y hacer aún mejor; de lo segundo para evitar repetirlo. Es, creo, un buen ejemplo para darse cuenta de que no siempre sabemos por qué una persona actúa de una u otra forma. Es, creo, el reflejo de una sociedad (la alemana) en un momento concreto (años cincuenta, sesenta, quizá setenta, del siglo pasado), el sentimiento de culpa y rencor conviviendo, y a la vez intentando superarlo.

El lector me deja la necesidad de saber más de esos personajes, pero también la certeza de que esos personajes fuera de esas páginas no serían ellos.

Tal vez no sea el último libro que lea este año, pero desde luego sí que es uno perfecto para cerrarlo en cuanto a lectura se refiere.

Te puede interesar:
La policía de la memoria, de Yoko Ogawa
Paradero desconocido, de Kathrine Kressmann Taylor
Cordillera, de Marta del Riego Anta