La biblioteca de la medianoche, de Matt Haig

La biblioteca de la medianoche me genera dos sentimientos diferentes. El primero de ellos nace del propio relato: las ganas de saber qué le ocurre a Nora, si encuentra su verdadero lugar en la vida, si ese lugar será perfecto o se conformará con algo no muy malo… La forma en que está tejida la historia me parece sólida: no tengo nada que objetar a su construcción.

El autor, Matt Haig, no usa demasiados artificios literarios, su narrativa es sencilla, directa y con una puerta abierta constantemente al sentimiento y la emoción. Con esta novela, Haig muestra su interés por la salud mental, a la vez que por el sentido de la vida, seguramente dos cuestiones inseparables. Su narrativa se ve adornada por una especie de aforismos, sin recargar, sin asustar al lector. Son como pinceladas sutiles. Cada historia que abre en el camino de Nora se cierra de forma sanadora para el personaje, como si avanzara en el proceso de búsqueda de su sentido vital.

Esta biblioteca que nos presenta, además de ser un recurso de ficción, es una metáfora constante sobre esa idea tan humana del «qué habría pasado si…» y del «y si…»; en otras palabras: se sirve de un elemento fantástico (la biblioteca) para ofrecer una perspectiva de lo cotidiano muy personal. A veces, me ha recordado a Mitch Albom (Las cinco personas que te encontrarás en el cielo): comparten temas como el perdón y la reconciliación, la interconexión humana; ambos crean un escenario fantástico para tratar cuestiones reales; proponen al lector un viaje emocional; parten de la muerte para, desde el final, hacer una revisión de la vida.

Sin embargo, las diferencias son evidentes: mientras Haig se centra en una realidad presente para desarrollar su novela: la ansiedad, la depresión, la presión que supone tomar una decisión, Albom se sitúa en un plano más trascendente: el sentido superior de la vida. Además, la forma de contar de Haig es ligera, cercana, informal en algunas ocasiones… mientras que la de Albom tiene un carácter más sobrio, a modo de parábola espiritual.

Pero, decía al empezar a escribir esta reseña, que esta novela me ha generado dos sentimientos; el literario, ya comentado por encima, y el que surge del cuestionamiento personal, quizá sea una mirada un poco cínica, pero es lo que hay.

No habría que preguntar a muchas personas para encontrar a una que se haya preguntado: ¿qué sería de mi vida si aquel día…?, ¿qué pasaría si…?, ¿cómo podría cambiar mi realidad con las cartas que tengo? O preguntas por estilo. El truco de La biblioteca de la medianoche es que conoce la respuesta y nos lleva de la mano hacia: tu vida es tu vida y tienes en tu mano hacer con ella un lugar agradable en el que vivir. Una respuesta que, para quienes pasen algunas dificultades mentales, puede no ser una isla de salvamento.

Esa filosofía de autoría vital —que mezcla humanismo existencial, arte de vivir y conciencia emocional— se me antoja difícil de aplicar en momentos realmente duros, como los que experimenta Nora. El mensaje de que «la solución está en ti» resulta algo repetido, incluso cansino, aunque contenga parte de verdad. Puede ser una buena filosofía de vida: cultivar el sentido día a día, querer vivir bien sin conformarse con simplemente resistir, y cuidar el camino sin necesidad de controlarlo. Pero incluso los enfoques vitalistas más bienintencionados pueden, a veces, dejar sin aire las ganas de vivir.

Haig no oculta su intención de ofrecer esa idea al lector, apoyándose en Henry David Thoreau, ofrece ese vínculo con la filosofía del autor de Walden: vida deliberada (en la biblioteca, Nora no deja de preguntarse qué vida querría vivir), crítica a la vida no examinada (la bibliotecaria de la biblioteca de la medianoche se encarga de ello con sutileza o no), simplicidad y autenticidad (el final de esta historia es el mejor ejemplo) o la libertad interior de cada persona, en su propia decisión (como hace Nora tras un largo viaje que parece inexistente en el tiempo).

En resumen, La biblioteca de la medianoche es una lectura atractiva, cargada de momentos en los que gritarías a Nora «Pero es que no te das cuenta» (porque la vida de los demás es más manejable que la propia, no nos engañemos…), y sin complicaciones si solo quieres hacer una lectura de verano para entretenerte sin sobresaltos (porque sí, llega un momento en el que es fácil darse cuenta de cuál va a ser la vida que elija Nora). Al mismo tiempo, esta historia puede servir para pensar un poco más allá en la realidad propia de cada lector, y —sin entrar en expectativas modo Mr. Wonderful— hacerse las preguntas necesarias para intentar mejorar un aspecto u otro de la vida. Preguntas que a menudo quedarán sin respuesta, o sin consecuencias, pero que de algún modo ya han hecho su trabajo.

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