Con este atractivo título, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, Anagrama reúne 22 relatos del autor estadounidense Raymond Carver. El último de ellos es el elegido para dar título a esta recopilación, tal vez porque sea el título más largo, y eso contrasta con la extensión de los relatos, tal vez porque es el último, tal vez por lo provocador.
El estilo de Carver es muy característico de quien parece tener claro lo que quiere decir, lo que ve, lo que busca contar. Sin adornar en exceso las frases. Sin aparente importancia de nada sobre lo que escribe: desde un cartero que entrega las cartas a una pareja y nos cuenta lo que le parecían cuando llegaron al barrio y se marcharon pocas semanas después, hasta un día de pesca de un niño que finge estar enfermo para no ir al colegio mientras sus padres afrontan su evidente separación.
Este último ejemplo corresponde al relato «Nadie decía nada», en el que podemos identificar el estilo y los temas característicos de Carver. En él, la narración, en apariencia sencilla, se refleja el conflicto interno del protagonista, quien pretende evadirse de una realidad que no comprende del todo, pero cuya incomodidad percibe con claridad. Un ejemplo más de cómo el autor transforma un acto elemental en un estudio profundo de la vulnerabilidad y el aislamiento humano.
No es necesario buscarle dos vueltas al relato para comprender lo que cuenta en sus pequeñas historias, porque tan solo pretende narrar la sencillez de lo más cotidiano, desde la relación entre unos vecinos hasta la reacción de un hombre cuando unos jóvenes se cuelan en sus tierras para cazar patos. Carver quiere reflejar de la manera más natural y directa el conflicto del ser humano, la propia existencia del hombre con sus luchas internas.
Parece una narrativa que deja al lector incómodo, porque lo normal es comenzar una lectura esperando que ocurra algo que sobrecoja, emocione…, pero en su caso, tanto las historias como los personajes parecen circunstanciales y prescindibles, aunque en realidad son la esencia de sus escritos. La magia de sus relatos está en ser capaz de construir unas páginas narrando la vida diaria de personajes triviales carentes de peso; y hacerlo sin embellecer con figuras retóricas o con estructuras sintácticas rimbombantes.
En esencia, lo que es, es lo que cuenta. Si un hombre es gordo porque no puede controlar su deseo por la comida, si una pareja es incapaz de mantener una relación de fidelidad y se odian por ello, pero no son capaces de separarse, si una familia se mantiene unida porque nadie se atreve a hablar… Eso es lo que da sentido a sus cuentos, los pequeños detalles a los que el ser humano se enfrenta o prefiere obviar para seguir con su tranquila vida.
Es una lectura, no obstante, nada cómoda, quizá porque esa sencillez no deja espacio al lector para refugiarse de la realidad del ser humano. Uno de esos libros que estás deseando leer y a la vez afrontas con temor una vez que ya estás inmersa en sus páginas.
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