«Está genial, me encanta»… ¿o solo me lo dices por compromiso?

Hay un momento en la vida de todo corrector o traductor freelance en el que se enfrenta a una situación casi existencial. No hablo de discutir con Word porque «otra vez se ha movido el formato solo», ni de los delirios de un lunes tras corregir 50 páginas de normativa europea. No. Hablo de algo más sutil, más humano: los elogios inciertos.

La escena es simple. Entregas un proyecto en el que has invertido horas, criterio y ese nivel de obsesión que solo alguien que ha discutido con una coma entiende. Escribes el correo, adjuntas el archivo, relees tres veces que has puesto bien «Adjunto el archivo» (porque ese miedo irracional nunca se va del todo) y, finalmente, haces clic en «Enviar». Y ahí comienza la espera. Y aquí estamos.

A veces, la respuesta llega en minutos. A veces, días después, cuando ya has asumido que el cliente está rehaciendo tu trabajo desde cero. Pero entonces aparece el ansiado correo: «¡Está genial! Muchas gracias, ha quedado perfecto».

Y ahí llega el momento de la duda. ¿De verdad está genial? ¿O es ese tipo de mensaje automático que se manda por pura cortesía, como cuando alguien dice «Nos tomamos un café pronto» y tú sabes que ese café no va a suceder jamás?

La mente del freelance es un lugar curioso. Puedes revisar mil veces un texto buscando fallos inexistentes (una coma que no existe, una tilde fantasma, un espacio doble que se camufla como si tuviera inteligencia propia), pero te cuesta aceptar un halago sin ponerlo bajo la lupa. Porque llevamos años entrenados para detectar dobles sentidos, imprecisiones y matices ocultos. Y claro, aplicamos la misma lupa a un simple «Me encanta».

«¿Me lo dice porque realmente le gusta o porque no quiere meterse en correcciones?».

«¿Lo ha leído de verdad o ha hecho scroll rápido y confía en que todo esté bien?».

«¿Y si encontró un error, pero no lo vio antes de enviar la respuesta y ahora piensa que soy un fraude?».

Y ahí estás tú, frente al ordenador, debatiendo contigo misma si celebrar o empezar a revisar todo otra vez por si acaso. Y aquí estamos.

Lo curioso es que esta duda existencial no es exclusiva de correctores y traductores. Le pasa al ilustrador cuando alguien dice «qué chulo» en lugar de un análisis más detallado. Le pasa al escritor cuando recibe un «muy interesante» (ese clásico comodín que lo mismo sirve para una novela que para un artículo sobre lombrices de tierra). Y le pasa a cualquiera que ponga algo propio en manos de otro.

¿Entonces? ¿Cómo se gestiona este limbo entre el halago sincero y el cumplido automático?

Primero, bajando un poco las defensas. No todo el mundo expresa su entusiasmo con signos de exclamación o análisis minuciosos. A veces, un «genial» es exactamente eso: satisfacción pura y simple.

Segundo, aceptando que el síndrome del impostor tiene llave de tu casa y se cuela donde y cuando menos lo esperas. Sí, ese que te susurra al oído «seguro que fue suerte» cada vez que algo sale bien. Es pesado, insistente y algo dramático, y no siempre tiene razón.

Y, por último, confiando un poco más en el trabajo propio. Porque, si algo he aprendido tras años corrigiendo textos ajenos, es que lo perfecto no existe, pero lo bien hecho sí. Y si un cliente repite y te sigue llamando para nuevos proyectos, ahí no hay cumplido educado que valga.

Así que, la próxima vez que recibas un «Me encanta», respira hondo y responde: «Me alegra que te guste. ¡Hasta el próximo proyecto!».

Aunque, claro… si te dicen «Muy interesante», ahí sí, desconfía.

Más de Lia Troth próximamente.
(O no. Depende de cómo acabe el próximo encargo).